Peggy Guggenheim, una americana en Venecia
El escritor alemán Goethe definió las góndolas venecianas como esas “cunas ataúdes que flotan por el gran canal de la vida”. Para Lord Byron, Venecia era “el deleite del mundo, la máscara de Italia”. Napoleón Bonaparte definió la Plaza San Marcos como “el salón de baile más grande del mundo”. Lo cierto es que esta ciudad, que respira humedad, belleza decadente y siglos de historia y fotogenia en cada rincón, no deja indiferente a nadie que la visita por primera o por última vez.
Una de las características de cualquier viaje a Venecia es esa nostalgia que ya te invade antes del regreso. Esa necesidad de retener en la retina y en el alma todas esas imágenes, colores y los inimitables juegos de luces y sombras de canales, calles, iglesias, “pozzi” y “sottoportegui”.
A Venecia, la República Serenissima, cuna durante siglos de un gran imperio de comerciantes y exploradores, hay que llegar por mar, recorriéndola a través de su sinuoso entramado de canales, auténticas arterias que conforman el mapa de la BELLEZA con mayúsculas de esta ciudad.
Si en los siglos XVIII y XIX se convirtió en parada ineludible del viaje iniciático de los nobles e intelectuales europeos conocido como “Le Grand Tour”, en el siglo XX muchos han sido los artistas que en Venecia encontraron un hogar repleto de musas e inspiración.
Este es el caso de Peggy Guggenheim. Nacida en Nueva York en 1898, su padre, el magnate Benjamin Guggenheim murió en el hundimiento del Titanic en 1912, dejando a Peggy una fortuna de 2,5 millones de dólares de la época que heredó al cumplir los los 21 años.
Tras terminar sus estudios, viajó a París en 1920 donde entró en contacto por primera vez con el movimiento vanguardista europeo. A partir de ahí, el arte se convertiría en su misión de vida, coleccionando arte, descubriendo a reconocidos artistas, organizando exposiciones y eventos y abriendo diferentes galerías de arte en París, Inglaterra y Nueva York.
Tras unos años en Nueva York con su pareja Max Ernst, Peggy se separó, cerró su galería y, con 50 años, decidió regresar a Europa, estableciéndose en Venecia en 1948, una de sus ciudades favoritas, donde permanecería el resto de su vida.
En Venecia compró el Palazzo Venier dei Leoni, con vistas al Gran Canal y que compartía con sus sirvientes, los invitados a sus célebres fiestas y sus once perros. En 1951 abrió las puertas de su palazzo al público. Así, durante tres tardes a la semana, el público podía entrar a ver la magnífica colección de la coleccionista, con obras que incluso estaban colgadas en los baños. La bodega del palacio fue convertida en un estudio de artista para los que quisieran trabajar ahí.
En 1962, Peggy fue nombrada ciudadana honoraria de Venecia y podía ser vista con frecuencia recorriendo los canales de Venecia en su góndola privada. Murió en 1979, a los 81 años de edad. Fue enterrada en el jardín de su mansión veneciana, cerca de sus queridos perros.
Legó su palazzo y su colección a la Fundación Guggenheim, a condición de que las obras de arte se mantuviesen juntas y expuestas en Venecia. Este palazzo, hoy museo “Colección Peggy Guggenheim” se encuentra abierto al público y constituye uno de los museos más importantes de Italia y uno de los más importantes de Europa de arte europeo y americano de la primera mitad del siglo XX con obras de Magritte, Picasso, Dalí, Pollock o Kandinsky, entre otros artistas.
Podríamos decir que Peggy Guggenheim fue una mujer privilegiada, ya incluso por el hecho de poder vivir en una de las “avenidas” más bellas del mundo: el Gran Canal. Pero no fue la única. Un tranquilo y relajado paseo en góndola por el Gran Canal permite contemplar verdaderas obras de arte en forma de palacios con suntuosas fachadas de mármol, ventanales góticos y un pasado lleno de historia y leyendas.
El compositor Richard Wagner pasó sus últimos años en el Palazzo Ca'Loredan Grimani Vendramin Calergi. Construido en el s.XVI por Andrea Loredan, en la actualidad acoge el Museo Wagner y el Casino de Venezia.
Se dice que Lord Byron se alojaba en el Palazzo Mocenigo durante sus estancias en Venecia en las que, entre amante y amante, se dedicaba a recorrer cada día el Gran Canal a nado.
Y Giacomo Casanova fue el único en lograr escapar de los “piombi”, la fría, húmeda y oscura prisión del Palazzo Ducale, donde cumplía condena acusado de estar en posesión de un tratado de magia prohibido por la Inquisición de la época. La fuga tuvo lugar la noche de Todos los Santos de 1756 y consiguió escapar gracias a la ayuda de un monje.
La vida en un "palazzo"
Venecia es una ciudad ideal para viajeros amantes del arte y de la historia, donde es posible contemplar obras de célebres pintores de la historia del arte en múltiples iglesias, palacios, museos y galerías de arte de la ciudad. Y, como no, en la Biennale que se celebra cada dos años desde 1895. Y nada mejor que recorrer y perderse por el laberinto de calles de esta ciudad alojándose en uno de estos palacios, hoy convertidos en algunos de los mejores y más exclusivos hoteles de lujo del mundo.
Desde el Hotel Gritti Palace al Aman, situado en el Palazzo Papadopoli, en el Gran Canal, el St.Regis, el Bauer Palazzo o el clásico Cipriani, en la isla de la Giudecca, estos hoteles nos permiten vivir, durante unos días, rodeados de la arquitectura, el arte, los brocados, las vistas, la belleza y la esencia de la nobleza veneciana del pasado.