Paseo por Lisboa de la mano de Fernando Pessoa
Si hay algo que nunca deja de fascinarme de Lisboa es su luz. Esos azules de sus cielos que se funden en el Tajo y que iluminan la elegante decadencia de las fachadas de azulejos, las iglesias y los tejados de la ciudad. Esta vez, he venido a reencontrarme con Fernando Pessoa y, aunque parezca obvio, nuestro primer punto de encuentro ha de ser de buena mañana, en el emblemático Café A Brasileira, tomando “uma bica”, el café solo y corto que no sabe igual en ningún otro lugar del mundo.
Ahí, en el intrincado y nostálgico barrio de “El Chiado”, Pessoa acude puntual a su cita de cada mañana y me lo encuentro sentado en la terraza del café, en una silla, con las piernas cruzadas, su bigote arreglado, sus gafas y su inseparable sombrero.
Tras el café, me dejo llevar paseando de su mano por la nostalgia y melancolía del pasado que se respira en muchas calles y que creo que es uno de los grandes secretos de Lisboa para enamorar a todo aquel que la visita. Las estrechas calles solitarias se alternan con el bullicio de otras plazas más pobladas hasta que llegamos a las ruinas abiertas al cielo del Convento do Carmo, el templo gótico más importante de Lisboa que fue semidestruido durante el trágico terremoto de 1755 que devastó la ciudad.
Aún así, las columnas y arbotantes que ahora enmarcan las nubes y el azul del cielo lisboeta siguen transmitiendo toda la majestuosidad que en su día tuvo ese templo.
Aunque Pessoa me explica que nació en el cuarto piso del número 4 del Largo de São Carlos el 13 de junio de 1888, el prematuro fallecimiento de su padre hizo que su madre se casara en segundas nupcias con el cónsul de Portugal en Durban (Sudáfrica). Así, con 7 años, el pequeño Fernando y su familia se instalaron en Durban donde recibió una educación británica hasta que regresó solo a Lisboa en 1905, a los 17 años y nunca más volvería a viajar ni a salir prácticamente de su ciudad. Su educación inglesa le permitió dedicarse durante toda su vida a alternar su trabajo como escritor con el de traductor de correspondencia comercial.
Le pregunto el por qué de esa casi aversión por salir de Lisboa y, en palabras de su heterónimo Soares y utilizando su particular juego con el lenguaje me contesta: “Ya he visto todo lo que nunca había visto y ya he visto todo lo que todavía no he visto”.
- El río Tajo va instrínsecamente ligado a la historia de Lisboa. —
- La plaza del comercio es el lugar a donde llegaban los barcos mercantes portugueses. —
- Desde el barrio de Alfama se divisan los típicos tejados del skyline de la ciudad. —
- Las fachadas de edificios decorados con azulejos son una de las características de Lisboa.
Seguimos paseando hasta llegar a una de sus calles preferidas de la ciudad y donde puso a vivir precisamente a ese heterónimo, Bernardo Soares. Estamos en la Rua dos Douradores, una estrecha calle que aún hoy en día pasa desapercibida por muchos turistas y que está situada en La Baixa.
A principios del siglo XX, este barrio estaba poblado de comercios de loterías, almacenes, oficinas, tiendas de víveres, pensiones, casas de comidas, confiterías. Era una de las zonas con más vida y ajetreo de la ciudad. Tal amor sentía Pessoa por esa calle que, a través de Soares, escribió en una de sus novelas: “Seré siempre de la Rua dos Douradores, como la humanidad entera”.
Una de las grandes pasiones de Pessoa, a parte de la escritura, fue la astrología. Lisboa se convirtió en el pequeño gran microcosmos de este autor enamorado de su ciudad y que creía que para conocer el mundo no era necesario viajar. Amante de los heterónimos (diferentes identidades poéticas que él creaba con otros nombres y a los que dotaba de personalidad y vida propias e incluso de su propia carta astral) escribió decenas de libros, poemas y artículos firmados por ellos. Estos heterónimos, concepto que va mucho más allá del simple seudónimo, le permitían a Pessoa expresar sus ideas acerca de diferentes temas, oculto tras otras identidades que nadie más conocía. Los más populares fueron Álvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro y Bernardo Soares.
Fernando Pessoa, quien decía que el Tajo le parecía “todos los océanos del mundo”, vivió en numerosos sitios de la ciudad, aunque en el último fue en el que más años estuvo. Hoy, en la Rua Coleho da Rocha, número 16, se puede visitar la Casa Museo de Fernando Pessoa (donde vivió entre 1920 y hasta su muerte en 1935) y entrar en su pequeña y austera habitación, habitada por una cama, una biblioteca, una cómoda con su máquina de escribir y un baúl repleto de manuscritos y de cartas astrológicas y apuntes de astrología.
Se calcula que escribió más de 300 cartas astrales y otros documentos astrológicos a lo largo de su vida que acabó prematuramente a los 47 años a causa de un cólico hepático asociado probablemente a una cirrosis causada por el excesivo consumo de alcohol.
Me despido de Pessoa en el Monasterio de los Jerónimos de Belem, donde fue trasladado su cuerpo en 1988 en conmemoración del centenario de su nacimiento. Allí descansa, en ese viaje ineludible al más allá, junto al navegante Vasco da Gama y al poeta Luís de Camões.
Desde allí con su británico sentido del humor, me acaba confesando que le parece casi una broma del destino que su último hogar sea un monumento que simboliza, junto a la Torre de Belém y al Monumento a los Descubrimientos, la Era dorada de las exploraciones portuguesas.