Jordania: Tras las huellas de Lawrence de Arabia
Había escuchado que viajar a Jordania es hacer un viaje al pasado entre ruinas romanas, descubrir tesoros de civilizaciones antiguas como Petra, disfrutar de los paisajes del desierto de Wadi Rum, bucear en el mar Rojo, flotar en las aguas del mar Muerto, disfrutar de una deliciosa gastronomía y de la amabilidad de su gente. Efectivamente lo es, Jordania es un país que tiene mucho que ofrecer.
Venía de Israel previamente y pasé la frontera del Sur, la más cercana a Áqaba. Días antes había estado visitando Tierra Santa con la imponente ciudad de Jerusalén donde conviven tres religiones diferentes.
Atravesé la frontera realizando los trámites correspondientes y pagando las tasas que hay que abonar respectivamente. Tengo que reconocer que una vez en la frontera, los jordanos nos recibieron de la forma más amable y con una sonrisa en la cara. Después de venir de Israel, donde predomina en todo momento la tensión y la obsesión por la seguridad, me sentí muy cómoda y aliviada.
Si algo sorprende de las costas del mar Rojo en Jordania es que los corales y arrecifes se encuentran pegados a la orilla, pero también se pueden ver peces de colores y animales de mayor tamaño como el pez león, tortugas marinas, varios tipos de morenas, algún tipo de tiburón o mantas rayas.
Esa primera noche dormí en Aqaba, ciudad costera que destaca por su maravilloso buceo. Algo que mucha gente no conoce es que Jordania también tiene un inmenso tesoro en sus costas. El mar Rojo de Jordania está lleno de vida, de corales, de peces de colores y de otras muchas especies que hacen que sea uno de los mejores destinos para bucear en el mundo.
Soy una amante del buceo pero esta vez tuve que renunciar a él ya que no daba tiempo para más. Después de la cena tocaba descansar ya que, a la mañana siguiente, comenzaba mi gran aventura por Jordania empezando por el desierto.
Para los que desconocen el destino, uno de los grandes tesoros de Jordania es el desierto de Wadi Rum, que significa "Valle de la Luna" y es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Es un valle desértico situado a 1.600 metros, en una región montañosa formada por granito y arenisca en el sur de Jordania y tiene una superficie de 720 km².
Visité Wadi Rum en un 4×4 con nuestro guía beduino. Durante la ruta, se ven distintas formaciones, se hacen pequeñas rutas de senderismo por cañones, dunas y montañas, pozos y pinturas jeroglíficas.
Fue en las dunas del desierto donde Lawrence de Arabia, un militar y arqueólogo británico, luchó en la primera guerra mundial contra los turcos y consiguió convencer a todos los pueblos árabes que era mejor combatir unidos que cada uno de forma individual.
Lawrence de Arabia fue el único inglés y extranjero que consiguió formar parte de los pueblos nómadas, vivió como un beduino y actuó como intermediario en la revolución árabe.
A lo largo de la excursión, hice varias paradas para comer, donde degusté un rico almuerzo beduino compuesto por verduras, pollo y hummus acompañado de su famoso té. Tuve la oportunidad de charlar con los beduinos y preguntarles sobre sus costumbres, su familia, su forma de ver la vida; para mí es una de las cosas más importantes cuando viajas, ya que te abre la mente y es la mejor manera de entender el país y su cultura.
El pueblo beduino es sinónimo de hospitalidad. Los beduinos tradicionales se dedican al ganado, a buscar agua y a comerciar. Hoy en día, una gran parte de ellos se gana la vida con el turismo, y muchos sienten que su misión es mostrar las maravillas de su país a nuevas generaciones de visitantes.
- Cristina fascinada ante la inmensidad del desierto de Wadi-Rum —
- Una excursión en 4x4 permite contemplar la belleza del desierto jordano —
- La experiencia de dormir en un lugar remoto, abrazados por el silencio del desierto —
- Interior de una tienda geodésica en un campamento
Durmiendo bajo las estrellas
Uno de mis momentos favoritos sin duda fue el atardecer en el desierto. Prepararon la cena mientras contemplaba la puesta de Sol sobre las dunas doradas. No sé si estaba en Marte o en el desierto...¡pero aquello era increíble!. Tras el atardecer, nos recibieron en la jaima central del campamento con una taza de té. Se considera una falta de educación rechazar esta bebida, así que es obligatorio beberlo o, al menos, mojarse los labios.
Habían preparado mensaf para cenar, que es un plato beduino tradicional a base de cordero, arroz y piñones mezclados con yogur, acompañado de té y unos postres con miel muy parecidos a los marroquíes.. ¡Fue una cena exquisita!
Después de la cena, y de la música beduina alrededor de la hoguera que animó la noche, me fui a contemplar las estrellas. El silencio, la inexistente contaminación lumínica y la inmensidad del desierto hacen de este espacio uno de los mejores puntos para tumbarse, literalmente, a observar el firmamento. ¡Fue mágico! La paz y la tranquilidad que sentí en aquel momento es inexplicable.
El frío y el cansancio fueron determinantes para irme a dormir a la tienda de campaña tipo jaima que había en el campamento ya que el día siguiente iba a ser de lo más intenso.
Hoy nos tocaba descubrir Petra, importante enclave arqueológico en Jordania, y la capital del antiguo reino nabateo. Su nombre significa piedra, y es perfectamente idóneo; ya que se trata de una ciudad excavada y esculpida en la piedra. Petra cumplía varias funciones: Por un lado, era el lugar donde enterraban a los nabateos en tumbas excavadas en las rocas. Por otro, era un enclave defensivo donde se ocultaban los nabateos para defenderse de los ataques de otros pueblos.
Así que, tras un buen madrugón llegamos a Petra, la gran joya de Jordania, un lugar único que difícilmente decepciona, y una de las 7 maravillas del Mundo que me faltaba por conocer. Tenía las expectativas muy altas antes de visitar este lugar, pero Petra me sorprendió desde el primer momento. El madrugón mereció la pena. A las 6 am éramos los primeros en entrar, estábamos solos en aquel fascinante lugar.
Petra es mucho más que la fachada del Tesoro, una tumba real excavada en la roca construida en el siglo I a.C, de 43 metros de ancho y 30 metros de alto. El Siq, un estrecho desfiladero que discurre por enormes paredes de roca hasta el Tesoro, es espectacular.
Además del Tesoro, existen un montón de edificaciones talladas en la roca como las Tumbas Reales o el Monasterio que poco tienen que envidiarle a la joya de Petra. Llegar al Monasterio no es fácil, lleva unas cuantas horas y la subida hasta la cima es exigente pero realmente merece la pena.
A todo esto, hay que sumarle una cantidad enorme de rincones con encanto, senderos labrados en la piedra y miradores con unas visitas increíbles, que hacen de este lugar un espacio único en el mundo. Recorrí todos y cada uno de los rincones de esta ciudad y fue un día mágico.
Un mar de sal
Mi último día lo dediqué a disfrutar del Mar Muerto, que en realidad es un gran lago salado que se encuentra a 400 metros por debajo del nivel del mar. Una de las razones por las que el Mar Muerto es tan salado se debe a que está ubicado en una cuenca hidrográfica endorreica, es decir sin salidas. Los minerales que desembocan en él se quedan allí para siempre. El agua del Mar Muerto tiene una densidad de 1.24 kg/litro, lo que hace que el cuerpo humano pueda flotar sin esfuerzo en el agua, porque su densidad es menor que la densidad del agua salada.
Es una sensación realmente rara la de bañarse y flotar por completo, digamos que no es lo más cómodo del mundo ya que tampoco puedes sumergir la cabeza, pero aproveché para relajarme y disfrutar del ultimo día antes de volver a casa.
En definitiva, Jordania es un país seguro, lleno de contrastes y sonrisas donde la gente te hace sentir como en casa y donde siempre te quedarán ganas de volver.
Como decía Lawrence de Arabia: "Existen dos clases de personas: aquellas que duermen y sueñan de noche y aquellas que sueñan despiertos y de día... esos son peligrosos, porque no cederán hasta ver sus sueños convertidos en realidad".