El reino del té
En la región de Dimbula, a más de mil metros de altitud, el paisaje de Sri Lanka se tiñe de una intensa gama cromática de los verdes de las colinas de plantaciones de té. Entre el verde, destacan los vistosos colores de la mujeres tamiles indias que, con paciencia y destreza, recolectan a mano, de la misma forma que hace más de un siglo, los brotes o parte superior de cada planta, que van almacenando en un saco de yute colgado a su espalda.
En esta región, cercana a la ciudad de Hatton, el cultivo del té se beneficia en esta zona de la lluvia monzónica del sudoeste y del clima más frío entre enero y marzo. Se calcula que la industria del té da trabajo directo e indirecto a más de un millón de personas en Sri Lanka. Este país es el cuarto productor mundial de té después de China, India y Kenia.
Pero, ¿cómo llegó el té a Sri Lanka?. En la bulliciosa estación de Kandy, nos subimos al tren de la “Main Line”, que nos llevará hasta Hatton en un icónico trayecto de unas dos horas de duración a través de las colinas y plantaciones de té características de esa parte de la isla. Esta línea se construyó bajo el colonialismo inglés, entre 1864 y 1867 y constituye, para muchos, uno de los trenes panorámicos más bellos de Asia.
A 20 kilómetros de Hatton, visitamos la plantación y fábrica Dunkeld State Tea Factory, de 140 años de antigüedad, donde su director nos explica la historia y proceso de fabricación de esta planta.
A principios del siglo XIX, Sri Lanka era conocida por sus plantaciones de café pero en el año 1870 una plaga acabó con todo este negocio. Fue entonces cuando el escocés James Taylor plantó en una zona cercana a Kandy una primera semilla de té que llegó de contrabando desde China. En 1873, llegó a Londres el primer cargamento de té de lo que entonces era Ceilán, una remesa de unos 10 kg.
La producción de té aumentó drásticamente en la década de 1880 y, en 1925, se creó el Instituto de Investigación del Té en Ceilán para investigar la maximización de los rendimientos y los métodos de producción. La altitud, humedad y temperaturas frescas de esa parte de la isla hicieron que floreciera una productiva industria que, hoy en día, exporta más de 350 millones de kilos de té al mundo.
Un proceso artesanal
El té se recolecta a mano cortando con mucho cuidado tan solo los brotes superiores de cada planta. Desde el inicio, los cingaleses fueron reacios a trabajar en las plantaciones, así que llegaron al país tamiles procedentes de la India que, aún a día de hoy, son los que trabajan y viven en la plantación.
Y son solo las mujeres las que se dedican a la tarea de recolectar las hojas de té. Ellas representan entre el 75% y el 85% de la mano de obra de las plantaciones. Suelen realizar jornadas diarias en las que llegan a recorrer 16 kilómetros por las colinas y valles de las plantaciones, cargando a sus espaldas sacos con cerca de 20kg de peso y a cambio de unos salarios muy bajos.
Todos los tipos de té proceden de la misma planta. La diferencia se encuentra en la fermentación y procesamiento. Así, el té blanco es un té que no se fermenta ni se oxida ni se procesa mientras que el té negro posee un alto grado de fermentación.
Una vez recolectadas las hojas se secan con aire caliente durante 16 horas para reducir la humedad e incrementar la permeabilidad. Las hojas pasan por una prensa que las va triturando para liberar las enzimas de las hojas y que, al reaccionar con el oxígenos del aire, inicie el proceso de fermentación.
Después, se ponen en una cámara de aire caliente, una especie de horno donde se acaban de secar a 120 grados durante 20 minutos. Es entonces cuando adquieren el característico color negro.
Ahora solo queda separar las fibras e impurezas para conseguir el té puro de Ceilán que todos conocemos. El precio del té se marca en una subasta semanal que tiene lugar en la capital, Colombo.
Durante el s.XIX, gran parte del té de la entonces Ceilán se exportaba al Reino Unido. En aquella época fue primero la Duquesa de Bedford y más tarde la Reina Victoria las que institucionalizaron la británica tradición del “Five o´clock tea” como una costumbre de tipo social entre las clases altas en la que, a esa hora, la gente se reunía para degustar una taza de té acompañado de algún dulce o sándwich.
Hoy en día, esta tradición se mantiene en Sri Lanka donde es posible degustar un "Cream Tea" frente al lago Castlereagh en uno de los exclusivos bungalows de Ceylon Tea Trails, las viviendas de estilo victoriano que en su día acogieron a los capataces de las plantaciones y reconvertidas hoy en hotel boutique de lujo.