Más allá de las experiencias
Visitar monumentos o descansar en una bonita playa ya no nos llena como antes. Subimos decenas de fotos a nuestros perfiles de redes sociales, pero aun así sentimos que algo nos falta. Regresamos de un viaje y vamos hilando esa colección de recuerdos que curiosamente poco tienen que ver con el dónde estuvimos, sino con lo que hicimos y lo que nos ocurrió.
Para poder hablar de viajes únicos y personalizados, estos han de ser diseñados en función no del destino, sino de nosotros. Conceptos como nuestra escala de valores, donde unos preferiremos volar en primera clase y otros en turista; a unos nos gustará más acercarnos a una nueva cultura y otros a grandes paisajes e inmensidades; otros querremos aprender a hacer algo nuevo; pero seguramente todos compartamos la ilusión por vivir lo auténtico de cada destino a través de experiencias que sean realmente especiales para nosotros.
A los que vivimos en países cálidos, nos han podido fascinar esos inmensos paisajes de hielo eterno y sus gentes. ¿Cuántos de nosotros nos hemos imaginado con un grueso abrigo caminando entre grandes paisajes nevados o corriendo en una moto de nieve?
Imaginad esto: Laponia sueca es la tierra de los Sami. Jukkasjärvi es una localidad cercana a Kiruna, a 200km del Círculo Polar Ártico, cuyo nombre significa “lugar de encuentro al lado del agua”. Y es que, a su paso por Jukkasjärvi, el río Torne se ensancha tanto que parece un lago. Desde siempre, esta localidad fundada en el siglo XVII ha sido un punto estratégico para la pesca y el comercio de la zona y un lugar de encuentro para los sami, los finlandeses y los suecos.
El iglú es la forma tradicional de construir una vivienda en esta zona, pues el material de construcción es fácil y barato de conseguir. Un día alguien pensó en recuperar esta tradición ancestral, ya en desuso, y construir un hotel completamente de hielo para que todos pudiéramos experimentar cómo se sentían aquellas personas que dormían bajo el hielo. Así surgió el Icehotel, el primer hotel de hielo del mundo.
Desde su apertura en 1990, este hotel se reconstruye desde cero cada año, entre diciembre y abril, con la nieve y el hielo de la localidad de Jukkasjärvi. Todo el mobiliario está hecho con bloques de hielo procedentes del río Torne. Además, decenas de artistas de todo el mundo vienen cada año al hotel para tematizar las habitaciones, zonas comunes y alrededores con esculturas de hielo. Como huéspedes, podemos sentirnos artistas del hielo por un día participando en un taller donde nos enseñarán a realizar nuestra propia escultura glacial.
Dormir en una de estas habitaciones de hielo es lo más parecido a hacerlo en un iglú. Podemos pasar una noche inolvidable a una temperatura de -5ºC en una cómoda cama y tapados con pieles de reno y sacos térmicos. Antes de dormir, podemos probar uno de los cócteles en el Icebar, servido, cómo no, en un vaso de hielo.
En la zona también podemos caminar distancias largas con esquís bajo nuestros pies para hacer la travesía más cómoda y rápida, una necesidad de antaño y hoy convertida en un deporte, esquí de fondo. O explorar las inmensidades de los hielos en motos de nieve y, si tenemos suerte, bajo increíbles auroras boreales.
Otros hemos soñado con los mundos marinos que tantas veces nos han impresionado en maravillosos documentales. Hoy en día, los mares, su protección y sostenibilidad empiezan a tomar cada vez mayor conciencia en todos y el turismo de lujo en muchas ocasiones es una fuente de fondos para la conservación y protección de este frágil ecosistema.
Existe un lugar casi mágico llamado el Mar de las Flores, situado en Indonesia. Es el mayor archipiélago del mundo formado por más de 13.000 islas. En sus fondos se han rodado grandes documentales marinos sobre tiburones, espectaculares arrecifes de coral, pecios de cazas japoneses de la segunda guerra mundial y un sinfín de tesoros. En sus superficies, los grandes campos de arroz cultivados en vistosas terrazas, los dragones de Komodo actualmente en peligro de extinción y protegidos por el Parque Nacional de Komodo y un reguero de volcanes que sobresalen del mar como si nos quisiesen decir algo, alguno de ellos aún activos.
Pero una de las islas menos conocidas es la Isla de Moyo, situada entre las islas de Lombok y Flores. Con una extensión de 349 km2, cuenta con uno de los mejores fondos marinos para bucear en Indonesia, con arrecifes vírgenes y una gran diversidad de fauna marina.
La mayor parte de la isla está deshabitada y sus cerca de 1.000 habitantes se dedican principalmente a tareas relacionadas con la pesca y el cuidado de granjas de animales. Esta reserva natural, declarada Parque Nacional en 1.986, es el hogar de numerosas especies como los macacos, jabalíes, ciervos, una veintena de especies de murciélagos y más de 80 tipos de aves.
Amanwana, nombre que significa “bosque de paz” en sánscrito, fue uno de los hoteles que quiso poder acercar este pequeño paraíso a todos nosotros. Aquí podemos sentirnos como un Robinson Crusoe del siglo XXI y vivir al ritmo del océano y la naturaleza, experimentando esas sensaciones de nuestros veranos de infancia. Podremos disfrutar de una cocina tradicional, sana y orgánica a base de platos locales, cocinados con ingredientes frescos que se cultivan en el propio huerto del hotel, o pescado fresco proveniente de los pescadores locales.
La costa de Moyo y los fondos marinos del Mar de las Flores son un auténtico paraíso para los submarinistas y amantes del snorkel que quedarán fascinados ante la cantidad y número de especies que podrán descubrir en cada inmersión. Además, podremos unirnos al equipo de Amanwana en su programa de recuperación del coral en las aguas que rodean la isla y crear, junto con un experto local, un entorno para que el coral se enganche y crezca, construyendo una auténtica granja de coral, dejando nuestra huella para las generaciones futuras.
La costa de Moyo y los fondos marinos del Mar de las Flores son un auténtico paraíso para los submarinistas y amantes del snorkel que quedarán fascinados ante la cantidad y número de especies que podrán descubrir en cada inmersión.
La isla de Moyo alberga también en su interior bosques tropicales con cascadas y piscinas naturales perfectas para realizar baños de bosque, safaris fotográficos y jornadas de trekking hacia el corazón de la isla en busca de la cueva de los murciélagos. A medianoche, un crucero privado por la bahía nos permitirá contemplar miles de estrellas y constelaciones del cielo austral que no sabíamos ni siquiera que existían.
Pocos lugares del mundo pueden llegar a ser tan vírgenes y cuidados, y para aquellos que hayamos soñado con ser “Robinsones” durante unos días, este es el lugar.
La película Casablanca trajo Marruecos a la gran pantalla y le regaló una gran dosis de sofisticación y glamour. A finales de la década de los 60, Marrakech se convirtió en un lugar emblemático para multitud de bohemios de la jet set francesa. El hermoso laberinto de la Medina, algunos jardines secretos, edificios curiosos del antiguo barrio francés o las lujosas villas art déco del palmeral son solo algunos de sus tesoros escondidos. Esos que fascinaron a personas como Yves Saint Laurent, quien eligió el color Majorelle muy frecuente en Marrakech, como su distintivo en sus inicios.
Cuántos nos habremos imaginado un Marrakech lleno de olores de especias por sus callejones, los puestos de los vendedores y el bullicio de la medina, sus hoteles de lujo, sus tés a la menta al atardecer cuando la luz cambia y se torna naranja, como sus murallas. Imaginad que estéis tomando un café en el mítico “Grand Café de la Poste”, con un aire retro colonial, vestís un camisa color kaki, unas gafas de sol y os pasa a recoger vuestro sidecar para iniciar una visita por las intrincadas callejuelas de la medina más puro estilo “sixties”.
La vida cotidiana parece haberse detenido en el tiempo. Aún hoy en día hay personas que nunca han salido de La Medina y siguen comerciando en base al trueque. Paseamos por el distrito de Kasbah, una antigua fortaleza reservada a los empleados del Palacio Real, Mellah, el antiguo barrio judío o el mercadillo en Bab El Khemiss, que se celebra todos los jueves y domingos.
Tras embriagarnos con los colores, olores y la esencia del laberinto de calles de La Medina, entramos en el Palmeral para descubrir alguna de sus villas más lujosas. Antiguamente, esta zona fue un oasis muy fértil que albergó hace casi mil años unos ingeniosos sistemas de riego subterráneo que dieron luz a la región de Tensift. Hoy en día es un exclusivo barrio residencial que, detrás de sus polvorientos caminos, esconde lujosas mansiones y maravillosos jardines.
La famosa plaza de Djemaa El Fna, proclamada por la UNESCO patrimonio cultural inmaterial de la humanidad en el año 2008, reúne por las tardes a todos los comerciantes de la Medina cuando terminan su jornada de trabajo.
A 45 minutos se encuentra el desierto Agafay, salteado de aldeas de pastores de cabras bereberes. Aquí podremos conocer una escuela islámica o “zaouia” del siglo XVI, degustar el mejor té de tomillo de la zona y acabar con un almuerzo en un lujoso campamento beduino, en medio del desierto de piedra, frente a las montañas del Atlas como cierre del día.
Un viaje parte siempre de una pequeña ensoñación, un anhelo, una historia que escuchamos de algún amigo, una fotografía que nos impactó o un documental que nos fascinó. Toda esta colección de imágenes se convierte en nuestra mente en una pequeña historia, que proyectamos y con la cual generamos una fuerte emoción. Y son las emociones las que nos impulsan a dar ese paso y comenzar un gran viaje.